Estar “enamorado” (no “amar”) se basa en una fantasía inconsciente de que todas las partes de nosotros mismos que más valoramos han sido reubicadas en la otra persona. En menor grado, esta fantasía opera en muchas de nuestras relaciones. Nos ayuda a darnos la ilusión de que podemos, por así decirlo, “saborear” los sentimientos de los demás (empatía). Es por eso que nos sentimos tan agotados cuando un ser querido muere o nos abandona. La fantasía resulta en la experiencia subjetiva de la “pérdida” de aquellas partes de nosotros mismos que hemos invertido imaginativamente en la otra.
Sin embargo, el proceso de aflicción (siempre que funcione correctamente) da como resultado el “retorno” gradual de todas esas cualidades, que en realidad nunca perdimos o podríamos perder (esa fue una fantasía inconsciente).
De hecho, es un sentimiento eufórico cuando este proceso finalmente nos ha devuelto a la persona que alguna vez valoramos: nuestro yo.